Autor: Héctor Jaimes
¿Cuándo fue la última vez que viste una cámara a rollo?
Es una pregunta que muy extraña que, si no es que nunca, ha pasado por nuestras cabezas. Es curioso que un producto que dominó el siglo XX en cuanto a fotografía se refiriese esté casi extinto. Es normal y el orden natural de las cosas que los productos más fáciles de utilizar, económicos y prácticos reemplacen a sus antecesores que no los superan en este aspecto, sin embargo, la fotografía analógica más que un producto compuesto por cámara y rollo, es una experiencia.
La calidad de la fotografía obviamente puede variar dependiendo el tipo de cámara a utilizar, están desde las más antiguas que no lograban capturar imágenes a color, hasta las más modernas que terminaron siendo automáticas a finales de los años 90, casi en el ocaso de su popularidad ante la inminente llegada de la cámara digital y el teléfono inteligente.
A pesar de todo ello, aún existe gente amante de la fotografía analógica que disfruta de realizar todo el proceso antiguo de revelación de fotos, de calcular cada mínimo detalle y hacer valer cada fotografía sin arriesgarse a tener una mala toma debido al límite de fotografías disponibles por rollo. Es esta actividad, o este conjunto de actividades lo que enriquece tanto al mundo de la fotografía, de la belleza en los momentos y su valor incalculable que el paso de la tecnología fue borrando con el tiempo, pues nos hemos acostumbrado a lo efímero y fácil, cuando es lo contrario lo que le daba peso a la fotografía, el proceso.
En cuanto a calidad se refiere, el grano que le da cada rollo en particular es lo que más destaco de la fotografía analógica, es la estética que caracteriza y revaloriza a este arte. Mientras exista gente que disfrute este tipo de fotografía los rollos no morirán, tampoco los estudios fotográficos que aún se dedican a revelarlos ni las personas que se dedica a disfrutarlos.